DOS ALMAS VACÍAS
Cuando llegaste pediste
tu acostumbrado café.
No distinguías siquiera
lo que era amor, lo que hiel.
A sorbos rápidos, bruscos,
la taza quedó vacía
y en tu rostro se encendió
una mirada muy fría.
Ya no te amo, dijiste
con la mirada perdida,
tu sonrisa se apagó,
mi alma quedó vacía.
Fueron palabras de ti
que nunca me habías dicho.
De pronto se te ocurrió
que no me habías querido.
Y yo que creía en ti
como si fueras ya mía
sólo perdía el tiempo:
ya no me pertenecías.
Y dime ahora el por qué,
si es que aún tú lo recuerdas,
porque vivo sin saber
la razón de mi tristeza.
Y si es que algún quieres
volver a verme en tus sueños
no vaciles en llamarme
pues sigo siendo tu dueño.
Y aunque creas que estoy loco
por no haberte despreciado,
no soy yo quien está loco
sino el amor que has matado.
©
Agustín Plaza |